En esta entrada voy a proponer al lector que no ha tenido noticias de este caso de oscuros seres detrás de los espejos, un fragmento del libro La criatura del espejo. Debo admitir que la redactora de este caso (la ya mencionada C.E. a la que también obsesionan los espejos) hizo un buen trabajo de síntesis en relación a mis investigaciones. Dejo aquí esta pequeña muestra:
—Vamos a mandar a esa criatura de vuelta a
su casa. Pablo, debes confiar en mí. No tengas miedo.
Estoy segura que la clave es «el espejo de las
causas de todo». Mira, te voy a contar una historia:
«Hace mucho tiempo, en la antigua China,
Waing Hung inventó un espejo con recubrimiento
de mercurio. Este viejo sabio quería crear un artefacto
en el que pudieran ver los hombres en su
totalidad. No sólo físicamente, sino interiormente.
Esta encomienda se la hizo el emperador, un
hombre colérico y lleno de desconfianza. Él creía
que si Hung inventaba un espejo capaz de revelar
la verdadera cara de sus súbditos, podría distinguir
a los amigos de los enemigos. Durante nueve años
trabajó Waing Hung en el espejo, convocando a
los dioses, a la ciencia y a los demonios y a su fe
en todo eso. Entonces fue recompensado con una
bendición: logró que le dieran acceso en sueños al
espejo de las causas de todo, ahí observó la totalidad
de la creación, salida de la noche que fluye del
círculo exterior y paternal. Pudo sentir las matrices
que configuraron el mundo: el aire, el agua y el
fuego. Sus ojos fueron testigos de la configuración
de todo cuanto existe. Extasiado ante las maravillas
de crear de la nada el todo, olvidó que también
había convocado a los demonios, y éstos a su vez le
hicieron ver el otro lado de ese espejo: un mundo
sin fuego, sin aire, sin agua, lleno de seres indescriptibles
que chocaban entre sí extraviados en la
oscuridad total, que aullaban y gemían en extremo
sufrimiento, horribles a sus ojos cuando se acercaban
a la entrada del espejo, único vestigio de luz,
única iluminación en aquella región, con la intención
de sentir un poco de calor. Y aunque estaba
espantado de aquella visión, sintió pena por esos
seres que con ojos lastimosos lloraban sangre e
imploraban misericordia prometiendo, en el idioma
de las criaturas de la noche, que es universal y
todos entendemos, recompensar a aquel que lograra
liberarlos, pues eran dioses que ayudaron a la
creación del mundo pero que no pudieron escapar
del otro lado, y ahí quedaron atrapados.
»Día y noche trabajó haciendo variantes a su
modelo, pensando que los demonios no eran tales,
sino dioses que en verdad habían quedado aislados
en ese espacio oscuro y que habían prometido
ayudarlo en la empresa encomendada por el emperador.
Hasta que una mañana, después de dormir
muy poco, se levantó y se miró en el artefacto
creado por la inspiración no sólo de dioses, sino de
demonios también. Al principio la imagen reflejada
era de una nitidez maravillosa. Tan perfecta la
reproducción de su cuerpo que parecía haberse duplicado.
Embelesado por la maravilla de contemplarse
a sí mismo en toda su proporción, se atrevió
a tocarse. Y sí, sintió su piel, su calor, su mismo
espíritu detrás de esa aparente imagen e introdujo
su mano, luego su cabeza y finalmente cruzó el
espejo. Tuvo suerte de no alejarse mucho de esa
puerta espejo, pues segundos después de haber
entrado salió con el pelo completamente blanco y
fuera de sí. Su cuerpo lleno de rasguños, sus ropajes
desgarrados, sus ojos tan dilatados que parecía
haberse traído consigo la noche eterna. Cubrió el
espejo inmediatamente con un manto púrpura.
»Tan terrible e indescriptible fue la visión, que
su mujer, por más que intentó saber de dónde le
venía esa mirada tan destrozada, no pudo sacarle
una sola palabra. Waing nunca dijo qué vio del otro
lado del espejo. Pasaron algunos días y él seguía
sumido en un terror incierto y en un predicamento
mortal: por un lado el emperador quería el espejo
y, si no lo tenía para el amanecer del día siguiente,
le cortaría la cabeza; por el otro, Hung sabía que
aquel espejo era una puerta que podría dejar salir
lo peor de nosotros mismos, junto con esas criaturas
que, encerradas por la eternidad en el mundo
de lo no visible, estaban deseosas de vivir en el
mundo de lo concreto, de ser vistas y tocadas.
»Waing hizo lo que cualquier hombre sabio
hubiese hecho, quiso destruir el espejo. Pero como
era de mercurio, cada vez que intentaba romperlo,
este se unía otra vez. Lamentó su suerte y lamentó
su soberbia, pues por creer que podía ser capaz
de crear un puente entre dos mundos, que por
algo los dioses habían destruido, él en su orgullo
de inventor abrió la puerta y la puso al alcance de
los hombres. Viendo lo indestructible del espejo,
decidió fragmentarlo. Pidió al emperador un año
más para entregarle el espejo, argumentando que
ese tiempo tardaría el artesano en construir un soporte
digno de tal prodigio. El gobernante accedió.
Waing se puso a trabajar sin demora en la fragmentación
del espejo. Durante un mes, día y noche se
dedicó a dividir el mercurio y aislarlo en pequeños
frasquitos que luego iría a esparcir por el mundo.
Cuando hubo terminado su labor, salió una mañana
de verano con una carreta llena de frasquitos y
no se le volvió a ver nunca.
»Se cree que uno de estos frasquitos fue a dar
por el azar malicioso a la ciudad de Murano, en Italia.
Dos artesanos, Dominico y Andrea, lo encontraron
entre las cosas de un comerciante que decía
vender prodigios, y que además les relató la historia
del espejo chino. Cautivados por ese cuento
y por la posible verosimilitud del mismo, compraron
la sustancia. Se cree que a cada espejo hecho
le agregaban una milésima parte de la esencia de
mercurio de la puerta espejo de Waing Hung. Esto
daba a sus artefactos gran calidad en la imagen y
mucha belleza en el brillo; en efecto producían un
hermoso reflejo. Se hicieron ricos. No había competencia contra
ellos, muchos otros hicieron espejos más elaborados
incluso, pero ninguno igualaba la calidad
de la imagen reflejada. Se hizo traer mercurio de
China, contrataron obreros de esa latitud creyendo
que las manos de los chinos eran las apropiadas
para desarrollar espejos de alta calidad. Nada.
»Todos querían un espejo de los artesanos de
Murano, a pesar de los fuertes rumores de que
algunos de los compradores eran presas de terribles
sueños y que, al cabo de algunos meses, se les
encontraba muertos, con los ojos desorbitados,
negros y llenos de espanto. Otros enloquecían y
terminaban sus días encerrados, y unos pocos, los
que sufrían la peor suerte, eran devorados por los
espejos. Esto lo aseguró la esposa de un rico noble
que vio cómo una mano cetrina salía del espejo
y se llevaba a su esposo para siempre. Sin embargo,
estos rumores, porque así quisieron verlos, no
detuvieron la producción y la multiplicación de
puertas para las criaturas de los espejos. Cuando
murieron los hermanos Dominico y Andrea, que
curiosamente nunca tuvieron un espejo en casa, se
creyó que se habían llevado el maléfico secreto a
sus tumbas, y así fue, pero ya cientos de sus creaciones
vagaban por el mundo.»